Libros, Arte y negocio

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—¡Apremia! Peter, el señor Fust llegará a su palacio pronto.
—¿Fust? ¿Johann Fust?
—Sí, es hombre de negocios y seguro que nos escuchará.

Parecía que esperaran a un monarca; el servicio flanqueaba la escalinata principal ante la inminente llegada del carruaje, decenas de curiosos se agolpaban a la entrada.

—Quizá vuelve de conocer al nuevo Papa Eugenio IV, o quién sabe, de rondar a la mujer que heredará su incalculable fortuna.

—¡Señor Fust! Puedo trascribir la biblia doscientas veces en una sola semana, ¡Señor Fust!
—Haced entrar a esos jóvenes.

—¿Quién sois?
—Johannes Gensfleisch zur Laden, señor, de la casa Gutenberg.
—Peter Schöffer, calígrafo, Señor.
—Conozco a vuestra familia, Gutenberg, vos debéis ser su hijo, el orfebre. ¿Qué es eso que vociferabais a mi llegada?
—Necesitaría 800 florines para un sistema que he probado de tinta, tipos móviles de plomo, y unas prensas, podríamos estampar la sagrada biblia centenares de veces sobre pergaminos.
—Escribir es cosa de monjes, eso no dará dinero nunca. No obstante podéis usar mis herramientas y aquel cobertizo. Seremos socios.

Gutenberg no advirtió que aquél hombre sí vio el negocio y urdía una estratagema para hacerse con la primera imprenta del mundo.
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